“EL LAGARTO DE ORO”
Hace mucho tiempo, cientos de años, según cuentan los antiguos; el río Chira era un personaje protagonista de leyendas, cuentos y mitos variados, que los chicos de hace poco, escuchamos de ciertas abuelas o vecinas del barrio ya sea en la puerta de casa o alrededor del fogón de la cocina. Contar esta clase de narraciones era casi una obligación de los mayores en la Sullana de antes, cuando la luz eléctrica era escasa y no había radio ni televisión.La tradición oral era aquel entonces un medio muy efectivo de conservar el pasado. Era como la voz de los tiempos, el grito telúrico del Tallan y la Capullana. Según dicen las viejas narradoras de ese, entonces, ellas cumplían un encargo ancestral y lo hacían con aire misterioso, lo que se notaba en su voz quebrantada y en el gesto. Si. Indudablemente había cierto miedo o tal vez reverencia por las historias mágicas que se han transmitido de generación en generación y que se guardan en e lmundo de los recuerdos. “Así me lo contaron. Así lo cuento yo”, solían decir, quienes desempeñaban el papel de abuelitas relatoras.La historia que vamos a narrar la contaba Ña Panchita y así la cuento yo.Ella, entre tantas, era la más conocida del Barrio Sur. Vivía en una vieja casa de paja y barro ubicada sobre una alta loma blanca y suave. La casa miraba con una puerta al río, los noventa y pico de años de edad de ella se podían ver en su cara cobriza, surcada por un laberinto de arrugas. Su mirada tenía la extensión del recuerdo Estas arrugas, decía entre orgullosa y triste son los golpes de la vida. Ustedes churres (niños), alguna vez también las tendrán.Sin embargo su mente era lúcida y ágil. En su cabeza guardaba como muestra de ello una mina de ayeres tan bien ordenados como páginas de un libro.Una noche de esas de Sullana antigua, rodeada de chicos y grandes, como de costumbre, sentada frente al río, para pasar la noche, con actitud solemne casi misteriosa y haciéndole una cruz en la frente, dijo como si fuera a cumplir un rito:
Esto que voy a contar es de encantos y gentiles, ¡que Dios nos libre de ellos!. ¡Taita Dios me perdone porque hay cosas que no deben escuchar los churres!... bueno, bueno,...son cosas pasadas en esta tierra de ayer y en este río que quien sabe que cosas habrá visto. Por el aire se escucha el grito de alguna lechuza, el canto tétrico de alguna gallareta de mal agüero.
Ustedes, continuó diciendo Ña Panchita. Habrán oído hablar a sus padres o a sus abuelos o a sus maestros quienes tienen escuela o quien sabe a quien, que aquí donde estamos nosotros,en estas tierras, vivieron unas gentes de las cuales dicen llevamos su carne, sus huesos y su sangre. Así será porque blancos no somos. Mírense no más el pellejo, indicaba a los oyentes que no le apartaban la mirada. Luego, continuaba y llamaba la atención para ello.Escuchen bien, hace muchos años, no recuerdo cuando el río Chira, que desde aquí se divisa, era un gran señor del mundo de entonces. Era bueno con toda la gente y hasta con los animales que había. Por eso lo querían y respetaban mucho casi como si fuera un dios. Los hombres gentiles de entonces que no conocían a nuestro Dios, lo adoraban y le tenían miedo,especialmente, cuando crecía y bramaba como un toro suelto por todo el valle. Dicen, que la gente le ofrecía muchas cosas para calmarlo. En sus orillas sembraban como ahora lo hacen los chacareros, pues de juro saben ustedes que somos un pueblo que vivimos.
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